Sorprende el señor Bono cuando, siendo ya mayorcito, se despacha con afirmaciones tan extravagantes como: “Antes que socialista soy español”. No sabemos si quiere decir que es una cosa más que otra o, simplemente, que primero fue español y más tarde se hizo socialista. Se mire como se mire, la frase no tiene desperdicio.
Yo nunca reivindico mi origen porque no me gustan los nacionalismos, y me sorprende que saque el orgullo españolista a relucir, alguien que se caga en ellos. Claro que, el nacionalismo español no cuenta como tal: Es el verdadero.
Ser español exige una serie de responsabilidades que me niego a asumir. Una es la de sentirse identificado con la bandera roja y gualda, la que llevan en la muñeca todas las personas que me detestan, la que, cuando era joven, portaban como salvoconducto los que se echaban a la calle a apalear jóvenes rojos, para que la policía les protegiera si la cosa se ponía fea.
Otra, es la de dar vivas a España. Horrible costumbre que convierte a los que no participan de esa orgía reaccionaria en antiespañoles, del mismo modo que torna en antiamericanos a los que cuestionan las matanzas orquestadas por la política exterior de EEUU. El sentimiento nacionalista es aquel que lleva a un idiota a sentirse premiado cuando a alguien de su vecindad le otorgan el premio Nobel de la Física. A mí, en mayor o menor medida, también me pasa, pero lucho contra esa emoción absurda, no busco el aplauso con ella. No necesito reafirmarme en mi españolismo, me gustaría serlo menos, me conformo con respetar a mis conciudadanos aunque, viendo lo que votan, cada día me duelen más.
El Gran Wyoming (Público, 31 octubre 2009)