Nos acompañan constantemente, con su cuerpo cubierto de un plumaje entre gris y marrón. Son como esas cosas que no te das cuenta que están hasta que faltan. Cuando estás sentado en un césped acuden a ver si pueden comerse algún gusanito, de esos que nos gusta comer pringándonos los dedos, o quizá algún insecto. No son muy cantarines, pero su presencia está ligada a nosotros. Son la fauna natural más cercana. Es probable que alguno de sus desechos haya tropezado con tu cuerpo. Es una casualidad, pero somos tantos que es dificil que no nos den a ninguno, la verdad. No son tan pesados como las palomas, tampoco son vías de transmisión de enfermedades ni destrozan nuestros tejados. Si tienes suerte, uno puede alegrarte la mañana posándose en tu ventana. Pero cada vez tenemos menos suerte. Cada vez nos acompañan menos. Los gorriones nos abandonan porque aquí no hay quien respire. Nuestros pequeños amigos se van en números que no son precisamente bajos: 14.000 de ellos, cada año, buscan un lugar sin tanto edificio, sin tanta contaminación atmosférica. "Hoy son pájaros de barro que quieren volar", como dice la canción, y nosotros nos quedamos solos, sin esas pequeñas mascotas públicas revolotendo a nuestro alrededor. No me gusta esta forma de soledad.
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