La aparición de los hijos de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, denunciando que fueron violados por su propio padre se une a la larga lista de atrocidades cometidas por este monstruo, y es la consecuencia de una política de encubrimiento sistemático por parte de las autoridades eclesiásticas y de la cúpula de la secta que habitan en la hipocresía y la mentira.
Sorprende que, a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre este prohombre que ha estado a punto de ser canonizado, jamás haya sufrido las consecuencias de sus fechorías –que parecen sacadas de una novela de terror–, y también que su imagen sea venerada en colegios y centros de la secta sin que se haya visto el menor gesto por parte de sus correligionarios para pedir perdón a la sociedad, no por sus atrocidades, sino por su complicidad al negar los hechos.
Dado que ostentan o han ostentado cargos públicos de gran responsabilidad, tampoco estaría mal que Ana Botella o los ex ministros Michavila y Acebes, que son una referencia moral y avalan con su presencia la integridad de los actos de esta secta, pidieran alguna disculpa por si algún niño llevara en su bolsillo un estampita de este violador pederasta. Dirán que desconocían los hechos. Desde luego, los dirigentes de los Legionarios, no. Afirman que los hijos de Maciel pedían dinero a cambio de no denunciar los hechos. Si hubieran tenido un ápice de la moral que predican, los habrían denunciado ellos mismos. Tienen a su lado a la concejala de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Madrid. Tal vez entre sus atribuciones esté perseguir a los padres que violan a sus hijos.
El Gran Wyoming (Público, 6 marzo 2010)
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