Según la Cruz Roja, han muerto entre 45.000 y 50.000 personas en el terremoto de Haití. Los que han conseguido sobrevivir están heridos físicamente o en su alma, por ver cómo sus seres queridos han sucumbido entre los escombros de lo que fue su casa. Nadie duda de que los haitianos viven una de las pruebas más duras de la vida. Nadie, excepto José Ignacio Munilla, nombrado obispo de Donosti a pesar del rechazo del 77% de los sacerdotes guipuzcoanos, que ha tenido el valor de asegurar que "quizá es un mal más grande el que nosotros estamos padeciendo que el que esos inocentes están sufriendo" y que "igual deberíamos, además de poner toda nuestra solidaridad y recursos económicos con esos pobres, llorar por nosotros y por nuestra pobre situación espiritual". Desafortunadas palabras, que muestran, una vez más, que la iglesia está desubicada en este mundo.
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